Sus héroes, nuestros verdugos
El texto critica la exaltación de terroristas en las fiestas vascas, considerándolo una anomalía ética y política que legitima la violencia y deshumaniza a las víctimas. A pesar de este ambiente de odio, el autor expresa esperanza en un futuro donde se rinda homenaje a verdaderos héroes y haya una convivencia sana.
En verano, con ocasión de las fiestas populares, las calles de pueblos y ciudades se engalanan con banderines y se llenan de actividades y alegría. En el País Vasco destaca, lamentablemente, cierta particularidad, reflejo de una idiosincrasia digamos que compleja. Durante sus fiestas, los rincones de pueblos y ciudades vascas se llenan de fotos de terroristas y actos de exaltación de su pasado criminal. Actos de recuerdo y homenaje que, si bien se producen a lo largo de todo el año, se intensifican en épocas estivales, y forman parte de esa anomalía política, social y ética que caracteriza a una sociedad enferma, subsumida en una cultura de odio, rechazo y violencia. Agur eta ohore, dicen. Enfermos y barbarie (histórica, pero barbarie).
Junto con las fotos de asesinos ocupando lugares de honor en espacios públicos, altares a sus “héroes” (gudaris), podemos encontrarnos con aquelarres de odio en los que, al grito de alde hemendik o como parte del fan hemendik eguna, niños juegan a disparar a guardias civiles en un ritual de muerte y deshumanización. Y carteles de guardias civiles deshumanizados, ridiculizados, criminalizados, empapelan las calles, esas mismas calles por las que pasean sus hijos, sus familias. Es el legado que pasa de generación en generación, enfermedad que se extiende sin límite ni fin, ante el silencio, tolerancia y permisividad de las instituciones vascas, que siguen sin tomarse en serio la deslegitimación del terrorismo y la violencia, y la defensa de la memoria y dignidad de las víctimas.
¿No se dan cuenta de que una sociedad que tiene como referentes a terroristas y asesinos (asesinos en serie, asesinos de mujeres, asesinos de niños) es una sociedad enferma? Con cada acto de exaltación a terroristas se produce un acto de legitimación y justificación del terrorismo y de la violencia de persecución política sufrida en nuestro pasado reciente, hecho aberrante que no puede tener cabida en un país democrático como el nuestro, y que supone un nuevo ataque contra la dignidad y memoria de las víctimas del terrorismo, obligadas a presenciar cómo sus verdugos son tratados como héroes, y considerados presos políticos (cuando no represaliados políticos) en ese retorcido argumento de victimización y justificación del terrorista.
En estos tiempos de posterrorismo en los que ETA ya no mata (ya no nos matan, y terminaremos dando las gracias por ello, o callándonos para que no nos acusen de querer que nos sigan matando), nos hablan de normalización, convivencia y memoria democrática.
Normalización de su anomalía política, social y ética de blanqueamiento, justificación y legitimación del terrorismo y la violencia de motivación política, y de rechazo y criminalización de todo lo que representa España en el País Vasco, desde su bandera, su himno, su lengua y sus instituciones, especialmente la Guardia Civil. ¿Cómo normalizar la violencia, el odio y el miedo? Convivencia construida sobre la exclusión de esa parte de la sociedad que seguimos resultando incómoda, sin encaje en su proyecto político identitario, y que seguimos sufriendo el mismo clima asfixiante de rechazo y odio, el mismo hostigamiento, señalamiento y acoso social y político por parte de quienes ayer gritaban “ETA mátalos”, hoy reivindican “les queremos en casa”, y siempre han proclamado “alde hemendik, txakurrak”, todo ello buscando indicarnos el camino de salida para expulsarnos de nuestros trabajos y de nuestros hogares. ¿Cómo avanzar hacia un futuro compartido cuando ni siquiera tenemos cabida en su presente?
Memoria democrática que ignora la principal lacra terrorista de nuestro pasado reciente, causante de 853 asesinatos (6 de cada 10 víctimas mortales pertenecientes o relacionadas con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o del Ejército) y miles de vidas y familias rotas, ausencias especialmente presentes y dolorosas con ocasión de cada infame acto de homenaje y exaltación a sus causantes.
Puede que sus héroes sean nuestros verdugos. Puede que su odio busque nuestro miedo. Puede que su violencia pretende nuestra expulsión. Pero, aún así, tengo fe y esperanza en que nuestra fuerza será su derrota. Porque tengo un sueño recurrente. Un sueño en el que las calles están limpias, libres de basura. En el que disfrutamos de una convivencia sana, en la que nadie sobra. Y en el que rendimos honores a héroes legítimos. Nuestros héroes.