Sueño no cumplido

Una mujer persigue su sueño de ser Guardia Civil, pero una lesión de rodilla la obliga a renunciar a su plaza tras años de esfuerzo y preparación.

Rosario Castro

8/24/20242 min leer

Desfile de guardias civiles frente a la Academia de la Guardia Civil. 9La Loma.
Desfile de guardias civiles frente a la Academia de la Guardia Civil. 9La Loma.

Desde que era una niña, mi gran deseo era vestir el mismo uniforme que llevaba mi padre. Quería ser Guardia Civil.

Por aquel entonces, no había mujeres en el Cuerpo. Pero nada podría acabar con mi sueño. Si fuera necesario, yo me cambiaría a hombre para poder ser como papá, me decía. Cosas de niñas.

Entonces, la mujer pudo acceder a la Guardia Civil. Por fin. ¡Mi sueño iba a ser posible!

En septiembre de 1992 empecé a prepararme con el objetivo de acceder al Colegio de Guardias Jóvenes. Iba a ser "polilla". Pero no lo conseguí. No me preparé lo suficiente.

Con el objetivo claro, continué preparándome. Madrugones para estudiar. Después del estudio, preparación física.

Durante esos años, sufrí cambios de temario, cambios en las pruebas físicas, puntuaciones por estudios. Había que prepararse mucho más. Tenía que conseguirlo.

Llegaron los exámenes sin apenas plazas para quienes nos presentábamos por libre. Aprobados sin plaza. Pero nada me desanimaba. Volvía a intentarlo, una y otra vez, siempre con las mismas ganas y la misma ilusión.

Por fin, éste sería mi año, me dije convencida. Tengo puntos de sobra como para no tener que esperar a que en las pruebas físicas caigan aquellos que me pudieran superar en puntos. Tenía mi plaza asegurada. Y, aún así, no me confiaba. Seguía levantándome temprano para mejorar mi preparación física. En 15 días terminarían los exámenes, y podría decir ¡lo conseguí! ¡Me voy a Baeza!

Una mañana, terminado el entrenamiento, tropecé. No vi ese hoyo en el que se coló mi pierna. Noté que la rodilla se me iba. Y me quedé paralizada. No. No podía ser. Intenté no asustarme. El dolor que sentía era normal, por la caída, pero nada grave. Era lo que me repetía, porque no podía ser de otra forma.

Pero la intensidad del dolor fue en aumento, y la rodilla empezó a inflamarse. Luego, el doctor puso nombre a mi miedo. Rotura de triada, rótula y menisco.

"No podrás volver a correr como lo hacías hasta ahora". Las palabras del traumatólogo fueron el principio del fin de mis sueños. Le rogué que me infiltrara para poder realizar las pruebas físicas, que me operara después de superarlas, y así, en septiembre, poder estar ya recuperada e irme a Baeza. Eran mis últimos intentos por mantener viva mi ilusión. "Creo que no lo ha entendido. No podrás hacer esas pruebas, ni ninguna otra. Su rodilla quedará con limitaciones". El traumatólogo fue claro. Y la realidad se abrió paso como un jarro de agua fría.

Mi sueño se truncó, y tuve que renunciar a mi plaza, esa ansiada plaza a la que tanto esfuerzo y sacrificio había dedicado.