Silencios
Una mujer en el País Vasco relata cómo el odio hacia la Guardia Civil persiste, aunque su familia sigue adelante con orgullo y fortaleza, a pesar de la hostilidad y el silencio institucional.
Nací, crecí y vivo en el País Vasco. Mi marido vino destinado al Norte en los años 90. Aquí nos conocimos, y formamos nuestra familia.
No vivimos en un cuartel. Cada día voy al trabajo. Mis hijos fueron a la escuela, y después a la universidad. En nuestro día a día aprendimos a tener cautela a la hora de hablar.
El País Vasco hoy es diferente. Las personas pueden expresarse, manifestarse, adueñarse de las calles y de las fiestas de los pueblos y ciudades manifestando odio y rechazo hacia la Guardia Civil y todo lo que la rodea. Expresiones de odio que no provocan reacción alguna de repulsa o condena por parte de quienes nos gobiernan. Y que no son castigadas. Silencios permisivos y cómplices que se repiten Gobierno tras Gobierno.
Dicen que ya no es lo mismo. Y tienen razón. Ya no hay funerales. Pero sigue creciendo el odio, ante la pasividad institucional. Y nuestras bocas siguen cerradas, en silencio, a la hora de expresar lo que sentimos cuando nos rodea su odio y rechazo, a la hora de expresar lo que nos provoca escuchar a diario sus comentarios despectivos. Nos mordemos la lengua por no contestar tantas veces...
Pancartas en tu lugar de trabajo, carteles y fotos en las casetas de las fiestas, pintadas en las paredes de tu pueblo o ciudad, colgadas en los puentes, dirigidas contra la mujer Guardia Civil,... Toda oportunidad es buena para expresar y hacernos sentir su odio. Para hacernos respirar su rechazo.
Pero he de decir que su ecosistema de odio no nos debilita. Al contrario, nos hace más fuertes. Porque nosotros sabemos que no hacemos daño a nadie estando aquí. Porque somos familias que queremos vivir tranquilas en nuestro hogar. Porque me siento orgullosa de ser mujer de Guardia Civil.