Si Quiero, Contigo

Una pareja organiza su boda con ilusión, pero los preparativos se ven interrumpidos cuando él es enviado a Cataluña por su trabajo, lo que genera incertidumbre y pospone el evento hasta que finalmente logran casarse meses después, superando los desafíos vividos.

Joana

9/3/20243 min leer

Marzo de 2016. Empezamos a organizar nuestra boda con inmensa ilusión. Queríamos que fuera un día inolvidable para nosotros y nuestros seres queridos.

Fueron meses de intensos preparativos. Elegir el sitio perfecto para la celebración. Avisar a los familiares de Almería y de mi Palma de Mallorca natal con tiempo suficiente para que pudieran reservar los billetes de avión. Los trajes. Los adornos de la ceremonia. Los menús. Las tarjetas personalizadas, realizadas artesanalmente por las personas autistas del centro en el que trabajo, tarjetas artesanales que les requirió tiempo y esfuerzo. Y, por supuesto, nuestra fecha: 28 de octubre de 2017, sábado.

Pero, tras año y medio largo de preparativos, un día llegó mi marido a casa del trabajo con cara de preocupación. No sabía cómo decirme que, muy probablemente, tendría que marcharse a Cataluña. Cuando nos casábamos en apenas un mes. Con todo ya preparado. Con la familia habiendo reservado ya los billetes de avión para el que iba a ser nuestro gran día. ¡Dios mío, no podía ser!

Finalmente, el lunes, 26 de septiembre de 2017, se tuvo que desplazar a Cataluña, y nuestra vida se paraliza. Toca suspender la reserva de la finca, cambiar las fechas de los billetes de avión de toda la familia, y nosotros, sin saber qué hacer. Su destino, “Operación Copérnico”, sin fecha de retorno definida, interrumpía nuestro proyecto de boda. Sin saber hasta cuándo. Tantas ilusiones rotas…

La incertidumbre de lo que ocurriría, y de lo que podría ocurrirle una vez estuviese en Cataluña, nos atormentaba. “De momento me voy 15 días”. De momento. Pero podrían ser más.

Y así, transcurridos aquellos primeros 15 días sin indicios de pronto retorno, empezamos a enviarle ropa de abrigo a través de la Comandancia, acercándose a casa compañeros suyos para recogerla. Se fue en verano con ropa para quince días, pero llegó el frío y él seguía sin volver a casa. Junto con la ropa, yo metía en su mochila bombones y corazones. Y rociaba su ropa con mi perfume. Quería que me sintiera cerca.

Él vivía dentro del “Piolín”. Lavaba su ropa en el lavabo, y la tendía para secarla en la barandilla de los pasillos del barco. Mientras, yo permanecía desecha como consecuencia de las noticias que nos llegaban por televisión. De hecho, tuve que dejar de verlas por salud mental.

Me reincorporé a mi trabajo, una vez anulado mi permiso por boda. Y, como siempre, me encontré con esa fea costumbre de quienes, cuando te ven triste, te sueltan “no estés tan mal, va a venir forrado”. Esa fea costumbre consecuencia de la incomprensión que en tantos momentos vivimos las mujeres de los guardias civiles.

Mientras los días transcurrían, nosotros proponíamos nuevas fechas posibles para nuestro gran día en las conversaciones que manteníamos por WhatsApp. Fechas que, sin día de vuelta conocido, anulábamos y modificábamos una y otra vez.

Por fin, volvió el 21 de diciembre de 2017. Estaba en casa. Pero apenas unos días después, el 25 de diciembre, sufrió un ataque de ansiedad, y tuvo que permanecer ingresado todo aquel Día de Navidad.

Con la alegría de tenerlo ya cerca, aunque obligados a superar tristes consecuencias por todo lo vivido (no, él no estaba bien), poco a poco retomamos nuestras vidas, cierta normalidad, y fijamos fecha para nuestro gran día. Avisamos a todos. Y nos casamos, esta vez sí, el 10 de febrero de 2018. Pero no retocamos la fecha que figuraba en las tarjetas personalizadas iniciales. Tampoco en los anillos. No quisimos hacerlo porque aquella fue la fecha que nosotros elegimos.

Fue un día hermoso, tal y como lo habíamos planeado tantas veces. Tras la boda, llegaron otras operaciones; la valla de Ceuta. Y a pesar de sufrir separaciones, y de las dificultades a las que él se tiene que enfrentar, siempre tan inciertas, somos muy felices. Con rosas y espinas, como la vida misma.