
Reflexiones de una madre
Reflexiono sobre el impacto emocional que enfrentan los guardias civiles, recordando que detrás del uniforme hay seres humanos que sienten y padecen. Mi hija, siguiendo los pasos de su padre, es un ejemplo de empatía y fortaleza, mostrando que su vida y trabajo son mucho más que una profesión.



Tenía apenas 17 años cuando conocí al que hoy es mi marido. Tres años mayor que yo, por aquel entonces él acababa de finalizar su formación en Valdemoro. Y fruto de ese amor, nació nuestra única hija. Ella ha seguido los pasos de su padre, y me siento orgullosa cuando digo que forma parte de una de las mejores policías del mundo.
Como madre, puedo hablar desde otra perspectiva. Ella es carne de mi carne, la he parido, sentido y educado, y conozco sus valores y principios, tanto como sus sueños y anhelos.
A mi hija le encantan las puestas de sol y salir a tomar una copa de vino con sus amigas de la infancia. Ama a los animales, y siente debilidad por las personas mayores y las personas con discapacidad y en situación de vulnerabilidad. La niña de la eterna sonrisa, quien la conoce sabe que es una mujer empática, y arraigada a los suyos.
Puede que haya quien se pregunte qué tiene que ver estas cuestiones con la vida de una guardia civil. En el fondo, es muy fácil olvidar que, debajo del uniforme, existe una persona que siente y que padece. Porque no son robots inmutables ni superhéroes con poderes, y llevan a sus espaldas una pesada mochila cargada con todas esas duras experiencias a las que deben enfrentarse en su día a día. Son personas que sonríen con la satisfacción del trabajo bien hecho, y que lloran cuando sufren. Y sufren. Mucho.
A menudo nos olvidamos de la faceta humana del guardia civil, o damos por sentado que lo llevan en el uniforme, como si fuese una carcasa artificial que les aislara de la realidad y de las emociones. Y que, al igual que el hombre de hojalata de Oz, desconectan de lo vivido en el trabajo cuando terminan su turno y se quitan el uniforme. Como si nada hubiera pasado. Como si no les afectara. Y nada más alejado de la realidad.
Por ello, resulta necesario recordar, cuando vuelven a casa, ser esa mano que les acompaña y aligera su carga en este duro camino, hacerles sentir cuánto los necesitamos, y recordar juntos que su vida, nuestra vida, es mucho más.