La Familia Verde
Una mujer relata cómo fue acogida en la "Familia Verde" al llegar por primera vez a un cuartel de la Guardia Civil, encontrando apoyo y solidaridad entre las familias. Con el tiempo, aprendió a valorar esta comunidad y ahora ella misma se encarga de dar la bienvenida a nuevas integrantes.
Hoy quiero compartir con quienes lean estas palabras un sentimiento que, probablemente, resulte desconocido para quienes no formen parte de la Familia Verde, mientras que otros lo verán como algo extraño, pero que quienes lleven uniforme y/o vivan (o hayan vivido) en una casa cuartel, sabrán comprenderlo.
Llegué por primera vez a la Casa Cuartel sin conocer a nadie, más allá de mi pareja, y totalmente ajena a lo que implicaba vivir allí. Nada más llegar, fui recibida como una más. Nadie dudó en acercarse y presentarse, e indicarme en qué pabellón residían. Las llaves de sus casas estaban puestas. Yo, incrédula, dudaba de tanta amabilidad, de llaves en las puertas, de vivir en el silencio y a su vez en el alboroto del cuartel. Y, a esto, se sumaba mi propia idiosincrasia: no me aprendía ningún nombre entre tantas personas nuevas.
Pasaron los días, los servicios interminables de mi marido, las horas muertas, hasta que una vecina, más veterana que yo en todo esto, llamó a mi puerta y me dijo: “Vente al café, que es mi cumpleaños”. Recuerdo que, cuando llegué, allí estaban la mayoría de las mujeres del cuartel, y me dijeron entre risas y cotilleos: “Bienvenida a la Familia Verde”. En esta Familia Verde se aprende rápido. Y, lo más importante, nadie puede quedarse atrás. Si a tu pareja le pasa algo, dentro o fuera del servicio, ahí están sus compañeros para lo que haga falta, y los familiares de sus compañeros para arroparte, puesto que, en la mayoría de los casos, la Familia de Sangre está a muchos kilómetros.
Nunca falta una palabra de aliento, un café que abrazarte el alma, una vecina que se queda con tus hijos, una mirada que te dice “adelante, no estás sola”; un “no te preocupes, yo voy, y espérate, eso es normal”.
Y cuando llega esa llamada de teléfono, mientras él está de servicio, y te preguntas ¿ahora qué hago yo?, llega agarrado a un compañero. Nunca su apoyo fue tan robusto como el hombre del compañero. Y el susto pasa, y tú rezas para que nunca más suene el teléfono mientras haya un servicio. Vas asimilando los silencios después de un servicio, que no esté en alguna fecha importante, tomar café a solas, y tantas otras cosas… porque su vocación es ser Guardia Civil. Porque es Guardia civil.
Y, con el transcurso del tiempo, aprendes y comprendes. Conoces y entiendes. Que su vocación es ayudar al prójimo. Que ama su bandera por encima de todo. Que sus compañeros son también su familia, y la tuya. Que, a veces, el resto de la sociedad no entiende, ni es solidaria. Que, si no fuera por su vocación y por su devoción por el servicio, muchas cosas serían insoportables. Y, también, que tu hija dice orgullosa que su padre es Guardia Civil.
Pasaron los años, ya casi 14, desde que crucé la puerta de la Casa Cuartel, dónde muchas familias han pasado ya por nuestra propia Familia, y ahora soy yo la que llama a la vecina y le doy la bienvenida, y le invito a un café, y le digo que mi puerta está abierta siempre. Le ayudo a aprenderse los nombres de los demás, y le brindo la acogida en su Familia Verde.